Tras el cierre definitivo de Garoña, el parque energético nuclear europeo se enfrenta a un declive que parece ya inexorable. Cada vez se acuerdan más cierres de plantas nucleares, debido al envejecimiento que ya ronda la media de 30 años de edad. Por otra parte apenas hay cuatro nuevas en construcción, con incrementos del presupuesto esperado e inevitables retrasos en sus programas de construcción.
Uno de los principales motivos de que esto suceda son las, cada vez más, estrictas medidas de seguridad que supone su construcción y mantenimiento. Aún así en estos proyectos es el estado el que asume el riesgo de la actividad, es decir, ninguna aseguradora haría una póliza en la que se enfrentara a un posible desastre nuclear. El factor a favor de que sigan apareciendo nuevas centrales nucleares y se procuren mantener las existentes es el blindaje que suponen sus acuerdos de explotación, fijados para varias décadas.
Aún con el respaldo de obtener energía limpia de manera constante e independiente de las condiciones climáticas y meteorológicas, la rentabilidad de estas centrales es cada vez más dudosa, y el cierre de la mayoría del parque nuclear europeo está cada vez más cerca.